miércoles, 29 de junio de 2011

domingo, 12 de junio de 2011

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Todo mundo está metido en el ajo
La hora del lobo
Federico Campbell
2011-06-12 | Milenio SemanalEnviar NotaImprimir
La hipótesis principal de Anabel Hernández en Los señores del narco es que la delincuencia especializada en el contrabando de drogas no se ha mantenido vigente y beligerante porque haya contado con el apoyo social del pueblo sino porque quienes lo han sostenido son los empresarios, los políticos y los banqueros.

La investigación de la periodista mexicana parece exhaustiva pero no puede serlo: cada día —como el paisaje de las dunas en La Paloma, Baja California— cambia el panorama o, mejor dicho, el escenario del crimen. En el frente de Michoacán —más atendido por el Ejército, la Policía Federal y la Armada de México que la franja tamaulipeca— la organización criminal llega al extremo de sustituir al Estado y, como en la mafia rural siciliana del siglo XIX, gobierna a su modo: dirime y resuelve conflictos civiles y penales de la población (como si su jefe fuera un juez de paz), presta dinero para las labores del campo, y en general ayuda a quienes le son fieles. Un Estado dentro del Estado.

El efecto de conjunto que produce Los señores del narco es que la organización criminal moderna se ha filtrado como la humedad en la estructura toda del poder mexicano, formal e informal, constitucional o de facto: en los partidos políticos, las cámaras de los representantes populares, en las administraciones municipales, estatales y, sobre todo, en la federal; en el mundo empresarial y el de la banca decente nacional y trasnacional. Y que si no se ha podido extirpar ha sido porque el gobierno mexicano no le ha pegado tanto a la piñata de los billetes (el aparato financiero) como a la de las hierbas, el polvo y las cápsulas sintéticas que le inyectan velocidad y resistencia a los jóvenes asiduos de las discotecas.

Es inútil todo combate en la línea de fuego si no se castiga en serio la red de complicidades financieras que se tiende entre los bancos decentes, los empresarios lavadólares, y los políticos en activo fascinados con el gasavión que les asegura y acelera sus carreras hacia el Poder.

La política es una actividad mediocre reservada a los mediocres y por ello mismo, por no tener el sentido del Estado y del interés común y por aspirar a sólo acumular lo que esté a la mano, en los más recientes sexenios pripanistas se dejó crecer al monstruo y ya no saben cómo darle mate.

“Enviar soldados o policías sólo va a dar resultados cuando al mismo tiempo se desmantelen los patrimonios de millones de dólares de los siete principales grupos criminales mexicanos: cuando los criminales se empiecen a preocupar de que sus empresas y sus fideicomisos están siendo decomisados, de que ya no tienen cómo financiar mayor corrupción y mayor violencia”, dice Edgardo Buscaglia.

Anabel Hernández piensa que “hay políticos, policías, militares y empresarios que han amasado inconmensurables fortunas haciendo mancuerna con los capos que hoy tienen en jaque al país. Su impunidad sólo garantiza la cadena de sangre. Sin esos pilares —empresarios, políticos y representantes del Estado— simple y sencillamente el negocio de los capos de la droga no prosperaría”.

Hay una cierta timidez por parte del Estado mexicano para meterse con la banca de bandera extranjera en materia de lavado. La deja hacer.

http://federicocampbell.blogspot.com/

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